domingo, 3 de abril de 2011

una colección de máscaras y una maleta.

Un escrito existencialista, el más bajo escalón de la ridiculez Alexandriana. Es lo siguiente una metáfora tonta, lo es incluso éste preámbulo, uno escribe y ya...

Se tiene siempre una maleta hecha, lo que va empacado en ella es vital, no se sabe bien que podría ser tan necesario para irse algún día y dejarlo todo, pero la maleta permanece siempre bajo la cama. Muchas veces me tiré al suelo a contemplarla, otras veces metí la mano sin siquiera ponerme de rodillas y la saqué de un halón, llegué hasta la puerta y me devolví para ponerla en su lugar. Nunca se deshace la maleta.

Se tiene acomodada toda una colección de máscaras en alguna pared oculta de la habitación. Cada una de ellas es, claro, para un personaje distinto, tan bien construido, tan elaborado y tan interiorizado que ni las leyes de Stanislavski podrían superar. Se nos han vuelto tan indispensables que tienen orden y lugar como la ropa que usamos.

Somos un personaje cívico que encaja en el clima y las costumbres del lugar en el que nacimos.

Somos un personaje amable y paciente que tiene una sonrisa impecable e interminable para brindar a todos.

Tenemos la personalidad de un intelectual que sabe escuchar, que lee con atención y que da opiniones interesantes cada 5 minutos.

Nos sabemos de sobra al ogro malencarado que vomita verdades sin pensarlo y sin que le pique la culpa, somos los primeros de la fila, los que tienen el puño listo y el entrecejo trabado.

Somos depresivos, derrotistas, negativos, vengativos y sombríos.

Somos positivos, alegrones y alegres, somos diligentes, pacientes y amorosos.

Hemos sido, además, una que otra cosa más puntual. Una personalidad admirable, un gusto exquisito que no tienen todos, el gusto común que nos unifica con todos, rosa, verde fluorecente, amarillo, negro, rojo. Prejuiciosos y moralistas, irreverentes y descuidados, Intolerantes, desprendidos, idealistas, indolentes, mentirosos, tan mentirosos, tan falsos, tan admirables actores.

Fuimos en algún momento lo que en realidad somos, estuvimos desnudos en algún punto avanzado de nuestras vidas, sin ropa, sin máscaras, sin tintes seleccionados y aplicados a conveniencia y nos pesó o muy al contrario nos aburrimos de sentirnos tan livianos. Nos dio por ir a vestirnos de televisión y vallas publicitarias y nos fuimos por el camino de la amplia alacena que exhibe alternativas.

Nos hemos puesto tantas máscaras, que cada vez que alguna no funciona nos desubicamos. vamos a buscar la maleta, nos hemos acostado al borde de la cama para asomarnos y poder verla, tal vez lo que haya dentro de la maleta es la desnudez que perdimos, por eso nunca terminamos atravesando la puerta y usar lo que hay en la maleta. ¿Por qué estar livianos en un mundo de toneladas camaleónicas de vida?

Liviano, sentirse liviano. ¿A qué vendrá todo ese insomnio, todo ese stress, toda esa ansiedad que no controlamos ni en el baño?. Podría afirmarse que alguna máscara se alimentó demasiado de los aciertos y los elogios y se hizo más pesada y un día se nos olvidó que la teníamos puesta y nos obligamos a no mirar bajo la cama por mucho que quisiéramos. Comodidad o conformismo, eso no tiene nada de verdad.

Hace un tiempo me dio por meter la mano bajo la cama, saqué la maleta y la abrí. Descubrí entonces que lo difícil no es decidir si arrastrarla hasta afuera y tampoco lo es abrirla. Lo realmente difícil es saber usar, lucir y conservar lo que hay en ella, desvestirse nunca fue tan delicado.

2 comentarios:

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  2. El interior de la maleta, lo que muchos no conocen y lo que muchos no valoran.
    Bacano amiga, me gusta leerte. :)

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